ALBATERA, 2010-03-13
Caminar con los pies rotos hasta un triste descampado
la derrota en los rostros, el cansancio en los derrotados
sin agua y sin comida, todos amontonando
sus cuerpos, sus penas, su futuro demacrado
Se desgarra en sus entrañas, en su pequeño escondite
toma aire y aguanta el dolor con cada empujón
hasta que por fin, sin gritos, su niña decide
salir, en medio de la nada delata su corazón
Eran las siete de la tarde en el campo de los almendros
eran las siete de la tarde, lloró el miedo.
Es una de las letras del disco de Barricada, LA TIERRA ESTÁ SORDA.
Aquel campo provisional daría paso a éste otro de Albatera y otros recintos donde concentrar a quienes tuvieron la osadía de no compartir los ideales fascistas. Más de 180 campos funcionaron en los años de la guerra y siguientes: Los Merinales, La Corchuera, San Marcos, Miranda de Ebro, Castuera, Llevant, La Isleta, Lazareto de Gando, Camposancos, Ronda, Betanzos, Horta, San Simón, San Cristóbal, Deusto, Orduña, Santoña, Santa Clara, San Gregorio, San Pedro de Cardeña, Cedeira, Talavera de la Reina, Aranda de Duero, Los Arenales… son nombres que a muchos nos suenan y a quienes estuvieron en ellos o tuvieron familiares les resuenan en la memoria como un sueño maldito que hubieran deseado olvidar al levantarse por la mañana. Campos de concentración, Batallones de trabajadores, Batallones disciplinarios… son distintos nombres de una realidad que se ha pretendido ocultar, minimizar, manipular, tanto en su dimensión cuantitativa como en la cruda realidad de represión brutal llevada a cabo en muchos de ellos. Sacas, paseos, entregas, aplicación de la ley de fugas, malos tratos físicos y sicológicos, amenazas, reeducación político religiosa, hambre, suciedad, hacinamiento, son características comunes a cualquiera de estos centros.
Los hombres y mujeres que sufrieron esta represión han debido sufrir además el largo silencio, el olvido, la desmemoria, no sólo de la dictadura, sino hasta fechas muy recientes. Cuando aplicamos a esta labor pendiente los objetivos que denominamos VERDAD, JUSTICIA Y REPARACIÓN, nos damos cuenta de la insuficiencia de los pasos institucionales, cuando no de la negación perpetuada en los tres supuestos. Es cierto que el trabajo desinteresado de muchas y muchos investigadores y la recogida de testimonios directos han creado un mapa de los hechos que permite un retrato bastante ajustado de ese tramo de nuestra historia.
La verdad, a veces a duras penas, se ha abierto camino a pesar de la evidencia de archivos ocultos, cerrados, desordenados, mutilados. Las grandes instituciones de la represión no han facilitado esta labor tampoco en democracia.
La justicia ni ha dado los primeros pasos para desandar los entuertos acumulados. Ni anulación de juicios, ni exigencia de responsabilidades, ni iniciativas claras de investigación de hechos, de localización de víctimas, de levantamiento de fosas… Y cuando alguien parece que va a empujar esa puerta, se la cierran de inmediato con un portazo de justicia a la justicia.
La reparación, desde la actuación institucional, sólo ha cubierto algunas declaraciones de reconocimiento, algunas indemnizaciones y unas escasas subvenciones para trabajos de recuperación de la memoria, sobre todo centradas en las exhumaciones, delegadas a personal voluntario, Asociaciones y familiares.
Ante este panorama la Ley de Memoria Histórica podría haber significado la superación de estos déficits y haber hecho creíble el empeño institucional al menos al mismo nivel en que otros países lo han hecho. Sin embargo ha vuelto a sembrar nueva decepción sobra la que ya generó la misma transición y, especialmente, la primera llegada al gobierno del Partido Socialista.
En esta expectativa bastante caótica y desesperanzada, ha sido y sigue siendo de vital importancia que gentes como vosotras y vosotros os sigáis empeñando en las celebraciones de homenajes, en la recuperación de espacios de memoria, en el ofrecimiento a las víctimas y familiares del reconocimiento pendiente, del cierre del duelo que también les fue negado, del abrazo último que no pudo consumarse. Estos actos suponen también una oportunidad para que algunas personas puedan recuperar su dignidad. Evidentemente no hablo de las víctimas, que nunca la perdieron, sino de quienes siguen utilizando su poder, sus cargos políticos, sus influencias económicas para paralizar estas actuaciones, para impedir los monumentos, para airear aún la desvergüenza de seguir agraviando a las víctimas y ensalzando a los victimarios. Quizás algún día tengan el valor de hacer un ejercicio de empatía y acercarse a una fosa, a una exhumación, a un homenaje junto a las víctimas; tal vez entonces puedan entender y respetar. Tal vez entonces se den cuenta de qué poco es lo que exigimos.
Mientras tanto seguiremos trabajando con nuestros medios en todos los frentes: exigencias institucionales, coordinación asociativa, celebraciones de la memoria, recuperación de espacios simbólicos. Fuera de las altas esferas del poder hay muchos motivos para la esperanza y hay que alabar aquí la labor de los que la alientan. Por eso he comenzado con una letra de Barricada, como símbolo de todas las personas y grupos que se están implicando en la recuperación de la memoria. Por eso también
la derrota en los rostros, el cansancio en los derrotados
sin agua y sin comida, todos amontonando
sus cuerpos, sus penas, su futuro demacrado
Se desgarra en sus entrañas, en su pequeño escondite
toma aire y aguanta el dolor con cada empujón
hasta que por fin, sin gritos, su niña decide
salir, en medio de la nada delata su corazón
Eran las siete de la tarde en el campo de los almendros
eran las siete de la tarde, lloró el miedo.
Es una de las letras del disco de Barricada, LA TIERRA ESTÁ SORDA.
Aquel campo provisional daría paso a éste otro de Albatera y otros recintos donde concentrar a quienes tuvieron la osadía de no compartir los ideales fascistas. Más de 180 campos funcionaron en los años de la guerra y siguientes: Los Merinales, La Corchuera, San Marcos, Miranda de Ebro, Castuera, Llevant, La Isleta, Lazareto de Gando, Camposancos, Ronda, Betanzos, Horta, San Simón, San Cristóbal, Deusto, Orduña, Santoña, Santa Clara, San Gregorio, San Pedro de Cardeña, Cedeira, Talavera de la Reina, Aranda de Duero, Los Arenales… son nombres que a muchos nos suenan y a quienes estuvieron en ellos o tuvieron familiares les resuenan en la memoria como un sueño maldito que hubieran deseado olvidar al levantarse por la mañana. Campos de concentración, Batallones de trabajadores, Batallones disciplinarios… son distintos nombres de una realidad que se ha pretendido ocultar, minimizar, manipular, tanto en su dimensión cuantitativa como en la cruda realidad de represión brutal llevada a cabo en muchos de ellos. Sacas, paseos, entregas, aplicación de la ley de fugas, malos tratos físicos y sicológicos, amenazas, reeducación político religiosa, hambre, suciedad, hacinamiento, son características comunes a cualquiera de estos centros.
Los hombres y mujeres que sufrieron esta represión han debido sufrir además el largo silencio, el olvido, la desmemoria, no sólo de la dictadura, sino hasta fechas muy recientes. Cuando aplicamos a esta labor pendiente los objetivos que denominamos VERDAD, JUSTICIA Y REPARACIÓN, nos damos cuenta de la insuficiencia de los pasos institucionales, cuando no de la negación perpetuada en los tres supuestos. Es cierto que el trabajo desinteresado de muchas y muchos investigadores y la recogida de testimonios directos han creado un mapa de los hechos que permite un retrato bastante ajustado de ese tramo de nuestra historia.
La verdad, a veces a duras penas, se ha abierto camino a pesar de la evidencia de archivos ocultos, cerrados, desordenados, mutilados. Las grandes instituciones de la represión no han facilitado esta labor tampoco en democracia.
La justicia ni ha dado los primeros pasos para desandar los entuertos acumulados. Ni anulación de juicios, ni exigencia de responsabilidades, ni iniciativas claras de investigación de hechos, de localización de víctimas, de levantamiento de fosas… Y cuando alguien parece que va a empujar esa puerta, se la cierran de inmediato con un portazo de justicia a la justicia.
La reparación, desde la actuación institucional, sólo ha cubierto algunas declaraciones de reconocimiento, algunas indemnizaciones y unas escasas subvenciones para trabajos de recuperación de la memoria, sobre todo centradas en las exhumaciones, delegadas a personal voluntario, Asociaciones y familiares.
Ante este panorama la Ley de Memoria Histórica podría haber significado la superación de estos déficits y haber hecho creíble el empeño institucional al menos al mismo nivel en que otros países lo han hecho. Sin embargo ha vuelto a sembrar nueva decepción sobra la que ya generó la misma transición y, especialmente, la primera llegada al gobierno del Partido Socialista.
En esta expectativa bastante caótica y desesperanzada, ha sido y sigue siendo de vital importancia que gentes como vosotras y vosotros os sigáis empeñando en las celebraciones de homenajes, en la recuperación de espacios de memoria, en el ofrecimiento a las víctimas y familiares del reconocimiento pendiente, del cierre del duelo que también les fue negado, del abrazo último que no pudo consumarse. Estos actos suponen también una oportunidad para que algunas personas puedan recuperar su dignidad. Evidentemente no hablo de las víctimas, que nunca la perdieron, sino de quienes siguen utilizando su poder, sus cargos políticos, sus influencias económicas para paralizar estas actuaciones, para impedir los monumentos, para airear aún la desvergüenza de seguir agraviando a las víctimas y ensalzando a los victimarios. Quizás algún día tengan el valor de hacer un ejercicio de empatía y acercarse a una fosa, a una exhumación, a un homenaje junto a las víctimas; tal vez entonces puedan entender y respetar. Tal vez entonces se den cuenta de qué poco es lo que exigimos.
Mientras tanto seguiremos trabajando con nuestros medios en todos los frentes: exigencias institucionales, coordinación asociativa, celebraciones de la memoria, recuperación de espacios simbólicos. Fuera de las altas esferas del poder hay muchos motivos para la esperanza y hay que alabar aquí la labor de los que la alientan. Por eso he comenzado con una letra de Barricada, como símbolo de todas las personas y grupos que se están implicando en la recuperación de la memoria. Por eso también
hoy debíamos estar aquí. Y aquí estamos, recordando
aquel irracional mundo al revés
en que una mentira engendró otra mentira,
una locura otra locura,
y se hinchó el vientre de la tierra con vuestros sueños rotos;
y los huesos ausentados y escondidos nunca supieron
de abrazos últimos ni despedidas.
Luego no hubo nada, nada existió,
aquí nunca pasó nada.
Un silencio abrigó a otro silencio
y una coraza muda envolvió los rostros y las bocas
en un pacto de miradas subterráneas,
como un burka de la memoria, asumido u obligado,
como una férrea mordaza que resiste soles y lluvias,
miradas negras y llantos ocultos.
Y la nada extendió sus sombras hasta más allá de las conciencias,
mientras los huesos germinaban callados y pugnaban
por romper la tierra y respirar al fin un trozo de aire limpio,
alguna promesa de futuro posible.
Y un día los huesos fueron, de nuevo, palabras
y una palabra empujó a otra palabra
y verdades a tiras se deslizaron por las rendijas del miedo
y fueron grito y fueron ojos, caras, manos,
y fueron nombre de nuevo con mayúsculas
y miramos de frente los ojos que gritan bajo las piedras
y hablamos al pasado de tú a tú, de recuerdo a recuerdo,
de nombre a nombre.
Albatera, vamos a rescatar de tu vientre sus huesos doloridos,
sus miradas rotas.
Vamos a poner alas a su sueño inconcluso.
¡Vamos a resucitarlos!
¡Por ellos!. ¡Viva la 3ª República!.
Koldo Pla
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